LAS CIUDADES FRONTERIZAS MEXICANAS FRENTE AL PROBLEMA MIGRATORIO.



Por Juan Carlos Cué Vega. *
Los crecientes números registrados en materia de migrantes provenientes del llamado triángulo del norte (Honduras, Guatemala y El Salvador), han planteado innumerables retos a México. Estos pueden analizarse desde varios puntos de vista. A nivel federal, el fenómeno se atiende por la Secretaría de Gobernación a través del INAMI (Instituto Nacional de Migración). Los estados del sur mexicano como Chiapas, Oaxaca, Veracruz, principalmente, atienden con escasos recursos los movimientos de caravanas que atraviesan por sus territorios, más con el ánimo concreto de que estas se desplacen rápidamente, les causen los menores problemas y lleguen lo más pronto posible a sus destinos en el norte del país. Ahí es donde esperarán su oportunidad para llegar a los Estados Unidos que es su sueño final.
Entendiendo que todas las ciudades fronterizas, algunas más, otras menos, han recibido cantidades atípicas de estos migrantes, para cada una de ellas se plantean diversos problemas en lo económico, en lo social y en lo político. Quizás apoyados más que nada en la corrección política, los alcaldes de ciudades como Tijuana, Ciudad Juárez o Nuevo Laredo, por mencionar sólo estos ejemplos, han conducido la crisis bajo coordinación con los actores sociales de sus comunidades a fin de mantener la paz social, pero indudablemente que los recursos municipales ya de por sí magros, se ven severamente afectados al tener que destinar cantidades no previstas a la atención de estos grupos. La infraestructura municipal, principalmente albergues, gimnasios públicos e incluso parques de uso familiar, se convierten en grandes alojamientos carentes de las condiciones de urbanidad y medio ambiente necesarios para una convivencia humana. Las calles de las ciudades se notan atiborradas y desordenadas en las que las condiciones de sanidad y limpieza no son las que las caracterizan, debido principalmente al alto número de población de reciente arribo. Los esfuerzos de cámaras de comercio, iglesias, organizaciones no gubernamentales y personalidades caritativas comprometidas con el bienestar, se ven rebasados.
En sitios como Tijuana, surgió incluso una faceta poco conocida de la sociedad mexicana, al mostrar síntomas de rechazo, discriminación y franca xenofobia, que son actitudes que tradicionalmente se han atribuido más bien a la población radical y de extrema derecha estadounidense. Por último, desafortunadamente no todos los migrantes se conducen dentro de la ley, lo que agrava los ya de por sí extremos de la seguridad para los locales. En pocas palabras, la asimilación del fenómeno no ha sido de fácil digestión y requiere de una atención que no puede dejarse estrictamente a la resolución de los municipios.
¿Qué hacer?
El enfoque con el que la actual administración federal pretende brindar respuestas parece el adecuado. Es decir, sólo el desarrollo de las regiones expulsoras de migrantes, generará las condiciones para que la migración sea en realidad una opción y no una necesidad. A México deben importarle sus regiones y sus migrantes y al mismo tiempo, la cooperación internacional debe usarse como instrumento de enfoque regional y de responsabilidad compartida. Los fondos que ha prometido el gobierno de Estados Unidos (del orden de los diez mil millones de dólares) deben priorizarse en programas específicos: empleo, educación, seguridad y combate a la delincuencia, salud y sustentabilidad, para que las generaciones por venir se beneficien de este desarrollo. Deben además mantenerse bajo un sistema de responsabilidades y supervisión que permitan tener actores que respondan eficazmente a la transparencia de la aplicación de los dineros, al tiempo que conviene involucrar a organizaciones internacionales como ONU para que la ejecución contenga parámetros que ya han sido aplicados en otros ejercicios y continentes.
El desarrollo no llega de la noche a la mañana y por lo tanto seguirá el trasiego de migrantes. Pero si se ordena y armoniza un esfuerzo que conjugue la suma de aportaciones de las instituciones mencionadas, con la dirección y rumbo necesario, es posible que nuestras urbes fronterizas resurjan como espacios sociales de integración en los que pueda atenderse de otra forma al migrante de un tercer país o nacional.
No existe en la actualidad una estructura definida, ni privada ni pública, por ejemplo, de albergues. No se trata de que el gobierno federal sea paternalista y benefactor y absorba el costo de la migración, ello no conduce a nada. Pero sí es posible favorecer esquemas mixtos de inversión público-privada u otorgar suficientes estímulos de naturaleza fiscal para que, quienes quieran y puedan canalizar actividades filantrópicas, establezcan una acreditable red de centros de atención al migrante como los hay en las ciudades fronterizas americanas como South West Key, por ejemplo, que contratan con ICE para dar cabida a grupos de individuos en curso de resolución de sus casos ante tribunales.
Es necesario, no obstante, crear una plena sinergia de intereses. Es decir, caminar juntos municipio, federación, población, iniciativa privada y gobierno estatal. Sólo así se estarán habilitando las condiciones para la construcción de un empuje serio para la atención de una problemática específica de esta naturaleza, Es posible, pero hace falta voluntad.
En fecha próxima se llevará a cabo una reunión de alcaldes fronterizos mexicanos con estadounidenses bajo la invitación de la Secretaría de Relaciones Exteriores. La agenda planteada está precisamente orientada al establecimiento de un dialogo constructivo como el que ya existe en la mayoría de las ciudades hermanas. Se trata de darle esa dirección y rumbo al que hacíamos referencia líneas arriba. Hay una enormidad de temas comunes que, trabajados al unísono, podrán dar como resultado una frontera regionalizada, unida, no separada y en la que, aunque cada país tenga sus políticas federales, prevalezca la solución frente a la confrontación y que los valores locales otorguen la solución adecuada. Sólo con este enfoque se podrán ver ciudades fronterizas más acordes al nivel de país que somos, ciudades complejas, pero con soluciones al alcance, con equilibrio e igualdad respecto de las ciudades vecinas. Debemos borrar del imaginario colectivo el arquetipo de subdesarrollo y renovar y lanzar al futuro a nuestra frontera.

• Cónsul de México en Brownsville.

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