La leyenda de los hermanos Almada cierra un ciclo e inicia otro. Ya están juntos de nuevo para construir otra historia allá donde se han reunido. Mario Almada se anticipó en el viaje en 2016. Fernando Almada lo ha alcanzado este 30 de octubre de 2023. El actor murió a sus 94 años.
Ambos heredaron una extensa filmografía al cine mexicano, ya sea compartiendo créditos o por separado. En el caso del recién fallecido, su legado también incluye películas de terror que son poco valoradas e incluso desconocidas para algunos.
A diferencia de su hermano Mario, quien se volvió actor por accidente después de los 40 años, Fernando supo desde joven que quería actuar y cantar. Amante de la música vernácula, se inscribió a clases de canto y vocalización porque su objetivo era ser intérprete ranchero. Al mismo tiempo tocó puertas para recibir una oportunidad en el cine, un mundo que le atraía y veía como extraordinario complemento artístico.
Quiso seguir el ejemplo de figuras como Pedro Infante, Jorge Negrete y Luis Aguilar para compaginar canto con actuación. Su primera aparición fue siendo un niño en Madre querida (1935), de Juan Orol. Pero no fue oficial por no figurar en los créditos. Por tal motivo, se considera su primera película a Milagros de San Martín de Porres (1959), de Rafael Baledón.
Para apoyar a su hermano con el propósito de proyectarlo como artista completo, Mario Almada produjo Los jinetes de la bruja en 1966, dirigida por Vicente Oroná. Fue un proyecto que aceptó producir para que Fernando luciera como protagonista junto a Kitty de Hoyos, una de las grandes actrices nacionales en ese momento. También se diseñó el guión de tal manera que permitiera mostrar su faceta de cantante. Los arreglos musicales de la película corrieron a cargo del compositor Armando Manzanero.
El filme cuenta la historia de un titiritero que es asesinado a manos de unos bandidos que conspiran para apropiarse de tierras pertenecientes a habitantes de escasos recursos en el pueblo. La bruja Salomé y sus paladines combaten a esos malandrines, pero no lo hacen solos; el titiritero regresa de la muerte para vengarse de sus verdugos acompañándose de los títeres. Si bien la trama se ambienta en un contexto rural y en apariencia es un melodrama ranchero, Los jinetes de la bruja arroja elementos de terror que décadas posteriores le vendrían bien a Fernando Almada dentro de ese género.
El auge de los hermanos Almada en dupla se dio primero con westerns y posteriormente con acción. La película que los catapultó juntos en pantalla fue Todo por nada (1968), un western que ambos produjeron y les valió ocho Diosas de Plata. Cuenta la venganza que llevan a cabo dos hermanos que retornan a su hogar pero encuentran asesinada a toda su familia. Después filmaron Por eso, otro western en el cual personifican a dos exmilitares que son contratados para cuidar de seis huérfanos y un puñado de oro que son transportados en un tren. En este proyecto muestran su lado tierno con un intento de combinar atmósfera vaquera con cine infantil.
Entre finales de los setenta y mediados de los ochenta vino su boom como héroes y criminales. En su faceta heroica combatieron a la mafia en 357 Magnum, a un grupo de punks anarquistas y asesinos en Siete en la mira (1984), a una banda de sicarios que perpetran masacres con máscaras de hockey en Ráfaga de plomo (1985). En su rol contrario a la ley, uno de sus éxitos fue La banda del carro rojo (1978), adaptación del corrido cantado por Los Tigres del Norte.
En solitario, Fernando Almada estelarizó obras como Perseguido por la ley (1986), en la cual aparece como un payaso alcohólico que es enviado injustamente a prisión por un crimen que no cometió y deja a su hijo desamparado. En 1990 hizo Milagro en el barrio, filme en el que interpreta a un carpintero cuyo hijo pierde la vista en un accidente y podrá recuperarla por una inesperada noticia sobre donación de órganos.
También intentó probarse como director con una película que escribió y actuó, El hechizo del pantano (1978). Fue su única pieza como realizador. Allí, de alguna u otra manera, asoma su buena relación con el terror contando la anécdota de un niño que conoce a una niña que le ayuda a esquivar los peligros que lo acechan por culpa de un hombre que quiere matar a su padre. Esa niña es en realidad un fantasma. Sin embargo, Almada orientó el guión hacia un toque de fantasía.
Su faceta menos conocida
Luego de participar en un sinfín de títulos como policía, narcotraficante y vaquero, Almada hizo La muerte del chacal en 1984, codirigida por Pedro Galindo III y Pedro Galindo. Aquí se sale del esquema para representar a un excombatiente de Vietnam con traumas severos que su familia ignora. Su pasado traumático lo lleva a convertirse en un sociópata que se esconde detrás de los feminicidios que ocurren en un muelle. Con guión de Gilberto de Anda -un fan del terror cuya ópera prima como realizador fue Cazador de demonios en 1983-, los Galindo optaron por introducir a los Almada en el slasher.
Para los Galindo fue tan provechosa la experiencia que se animaron a realizar la secuela, Masacre en Río Grande en 1988. El guionista fue Gilberto de Anda y Fernando Almada reapareció con el personaje sociópata con un profundo odio hacia su madre. A nivel estético, la fotografía de ambas películas se basó en el diseño visual de clásicos estadounidenses del horror, tales como La masacre de Texas (Tobe Hopper, 1974) y Viernes 13 (Sean Cunningham, 1980).
La colaboración Galindo-Almada con filmes slasher se extendió a 1989 con Rubén Galindo Jr. en Ladrones de tumbas. Aquí Fernando Almada respiró de la densidad que tuvo como sociópata para sacar adelante un doble papel del lado del bien: un monje de la Inquisición que condena a un compañero aliado al demonio y un alguacil que debe proteger a un grupo de chicos que profanaron la tumba del religioso condenado, mismo que resucitaron por accidente.
El bagaje anterior dentro del género fue fundamental para que el actor sobresaliera con el papel de ‘El Griego’ en Al filo del terror (1990), de Alfredo B. Crevenna. Es por mucho una de sus mejores actuaciones y películas, pero desafortunadamente no tuvo el eco que merecía, o fue considerada como un “churro” por ser de bajo presupuesto. No obstante, y con base en revisiones actuales a ese trabajo, se puede apreciar como uno de los títulos más destacables dentro del horror en la recta final del siglo XX en México.
Su personaje es un prestigioso ventrílocuo venido a menos que ha dejado de agradar al público. Culpa a sus cuatro muñecos de esa situación, por lo que se desquita torturándolos y golpeándolos cada noche. La violencia ejercida contra ellos aumenta conforme sigue sintiéndose ridiculizado por la audiencia. Su crisis lo lleva a maltratar a su hija, una niña que termina siendo empleada como muñeca. ¿En realidad son muñecos o son personas de baja estatura que utiliza para su show? Esa duda es latente a lo largo de la historia.
Revisar la filmografía de Fernando Almada como protagonista de películas de terror puede llevar a la reflexión de lo que pudo haber sido su imagen dentro de ese género, principalmente en el subgénero del slasher. Aunque lo hizo posible en el tono “mexa” entre los ochenta y los noventa, pocos filmes lo aprovecharon. Como villano o perturbado, el actor destacó. Es probable, tal como suele suceder cuando muere una estrella, que empiece a revalorarse su legado. Nunca es tarde. Así también nacen las historias de quienes hacen e hicieron el cine mexicano.