Embarazadas con COVID-19 enfrentan duros desafíos en Perú



LIMA.

Antes de dar a luz en el hospital materno más grande de Perú, María Álvarez cerró los ojos y su voz traspasó el tapabocas: “¿dónde está mi esposo, quiero que venga mi esposo”.

La mujer, diagnosticada con coronavirus, llamaba a Marco Martínez, muerto un mes antes en la cama de otro hospital por la misma enfermedad.

Como Álvarez muchas embarazadas infectadas, en su mayoría asintomáticas, enfrentan duros desafíos. A veces sus bebés llegan a familias destrozadas, con su progenitor muerto.

Álvarez, de 24 años y madre primeriza, transitó sola un trabajo de parto de 12 horas. Lloraba por el profundo dolor en el vientre y también porque su bebé no tendrá padre.

En el mismo hospital Olinda Tafur, de 20 años, se enteró de que portaba el virus horas antes de alumbrar a su primer hijo. A Carmen García, de 43, le aterraba contagiar a sus padres ancianos, a sus otros cuatro hijos y a su esposo.

Debido a la pandemia, el Instituto Nacional Materno Perinatal debió acondicionar la mitad de sus instalaciones para atender a gestantes infectadas. En sus salas, médicos y enfermeros visten máscaras y overoles.

El Instituto -fundado hace 193 años- es el hospital que recibe los casos obstétricos más complicados del país y el preferido entre los estudiantes que buscan especializarse en gineco-obstetricia. Entre abril e inicios de agosto, más de 2.000 embarazadas infectadas parieron allí y 120 bebés dieron positivo al coronavirus.

Según un estudio publicado por las autoridades sanitarias a fines de julio, una de cada cuatro personas en Lima -que tiene 10 millones de habitantes- estaría contagiada. Perú sumaba hasta el miércoles más de 489.600 contagios y más de 21.500 fallecidos. El país sudamericano tiene el tercer mayor número de casos de COVID-19 en Latinoamérica luego de Brasil y México.

El 4 de abril el Instituto detectó a la primera embarazada infectada. En julio, de las 150 que se atienden diariamente, el 30% dio positivo en la prueba para detectar el virus, dijo su director, Enrique Guevara. Casi 400 de los 2.000 trabajadores de la entidad también están contagiados.

La ola descontrolada de contagios obligó al Instituto a suspender la presencia de un acompañante en el parto. Las gestantes infectadas ahora alumbran en soledad y son trasladadas en camillas cubiertas con cápsulas transparentes.

Martínez trabajaba en un taller de confección de ropa deportiva y junto a Álvarez tenían planeado casarse a mediados de 2020. Pronto ella quedó embarazada y en febrero, cuando escucharon los latidos del bebé durante una ecografía, él le prometió que nunca le faltaría nada.

Pero el virus llegó a Perú en marzo y el país ingresó en una cuarentena que llevó a la quiebra a la mayoría de los negocios, casi tres millones de personas perdieron sus empleos y cientos de miles abandonaron Lima rumbo a otras partes del país.

La pareja se refugió en la casa de un amigo que les ofreció vivir y trabajar en su pequeño taller de confecciones, donde pasaron tres meses cosiendo tapabocas.

En mayo visitaron un consultorio privado donde a la mujer se le practicó una segunda ecografía. Les dijeron que un niño venía en camino y decidieron llamarlo Marco Antonio, como su padre.

A inicios de junio Martínez sintió dolores en la espalda y se aplicó un par de inyecciones con la esperanza de que se recuperaría. Pero una medianoche no pudo respirar. En el hospital su saturación de oxígeno marcaba menos de 60%.

Estuvo internado por casi tres semanas hasta que el 22 de junio falleció. Tenía 32 años.

Aquel día Álvarez se realizó una prueba de COVID-19 que resultó positiva, aunque no tenía ningún síntoma. Retornó al taller, vio las máquinas con sus agujas inmóviles y el asiento vacío que Martínez usó para coser durante los últimos tres meses de su vida.

En el cuarto revisó la ropa del bebé y el conjunto azul que su pareja había comprado para el niño. Si algún consuelo existía, pensó, era que al menos él había escuchado los latidos de su hijo.

El 29 de julio fue al Instituto porque sus contracciones eran seguidas, llevaba el conjunto azul. Pero cuando alumbró, se sorprendió: era una niña.

Días después, sentada en la cama de su cuarto, aún no lograba decidir el nombre de su hija.

“Lo que sí tengo claro es que no quiero que sufra como su padre y su madre”, dijo.

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