BUENOS AIRES.
Encerrada en su baño, la argentina Romina Caira llama a su psicóloga como todos los jueves por la mañana. La tapa de su inodoro no parece el sitio ideal para sentarse y recibir su sesión semanal, pero poco le importa. En medio de la cuarentena, ella y su terapeuta han tenido que adaptarse a la trastocada realidad que ha generado el nuevo coronavirus.
“Es mucho mejor tener 45 minutos vía teléfono que no tenerlos”, afirmó a The Associated Press la mujer de 46 años.
No obstante, indicó que en el consultorio “hay cuestiones que son mejores; desde lo gestual, lo físico, lo expresivo”, “Se crea una familiaridad con mi terapeuta que con esta terapia virtual se acota”, sostuvo.
Caira, quien vive en el país que según la Organización Mundial de la Salud posee la mayor cantidad de psicólogos per capita del mundo, es una de las muchas habitantes de Buenos Aires que, en estos tiempos de pandemia, realiza terapia telefónica y virtual ante la imposibilidad de acudir a un consultorio debido a las restricciones de distanciamiento social que buscan frenar los contagios. Sin embargo, pareciera que las cosas están por cambiar ya que está previsto que las sesiones cara a cara en un consultorio regresen a fin de mes.
Presionado por el desgaste emocional de la población y la inactividad económica, el gobierno anunció el viernes cierta flexibilización de la cuarentena que está permitiendo la lenta reanudación de algunas actividades en la capital, uno de los principales focos de infección, donde los psicólogos podrán reencontrarse con los pacientes el 29 de julio bajo un protocolo de higiene y con el distanciamiento adecuado.
Buenos Aires, con unos 52.000 psicólogos activos, está considerada la ciudad de América con mayor cantidad de estos profesionales.
Caira retomó su terapia un mes después de que se iniciara el periodo de aislamiento y parálisis de actividades que comenzó en marzo -durante el otoño austral- y se estira en invierno poniendo al borde del quebranto psicológico a un número creciente de habitantes de Buenos Aires.
El baño donde habla con su psicóloga está del lado contrario al dormitorio de su hija y le resulta el lugar adecuado para no despertarla y lograr privacidad. “Al principio fue muy raro, pero como los seres vivos somos animales de costumbres nos adaptamos. Es gracioso desde un punto. Yo le decía a mi psicóloga: ´estoy literalmente sentada en el inodoro”, contó.
Cuando la pandemia golpeó, una de las preocupaciones que sintió Caira, quien padece insuficiencia cardiaca y renal, fue el miedo de salir a la calle, contagiarse y contagiar a su hija de cuatro años, aquejada de autismo, y a su madre de 71 años.
Mariana Fevre, de 37 años, también ha sufrido la falta de intimidad que, antes de la pandemia, le aseguraba el consultorio de su psicoanalista.
“Algunos de los lugares donde hice sesiones fueron en el auto estacionado en el garaje y en las escaleras de emergencia de mi edificio”, indicó esta gerente de Recursos Humanos en una empresa. En su caso, sufrió momentos angustiantes durante el contagio y la hospitalización de su abuela por COVID-19.
Para Fevre era casi imposible conversar con su psicoanalista mientras su marido pasaba gran parte del día fuera, trabajando en una actividad considerada esencial, y ella permanecía en su departamento, donde realiza teletrabajo, bajo la atenta mirada de su hija.
La psicoanalista María Inés Sotelo, miembro de la Asociación Mundial de Psicoanálisis, dijo a la AP que aunque ha podido adaptarse a las sesiones virtuales y los resultados de ese tipo de consultas “son eficaces”, ya que es posible mantener la “transferencia” o el vínculo terapeuta-paciente, es “apropiado habilitar instancias de presencialidad en aquellos casos singulares que lo requieran”.
Para María Clara Benítez Caamaño, especialista en terapia cognitiva conductual, las personas que sufren fuertes depresiones, trastornos alimenticios, fobias y esquizofrenias son las que necesitan una terapia en la cual el sostén físico y presencial es esencial.
Benítez Caamaño, que trata por teléfono a Caira, se lamentó de que la terapia a distancia no pueda hacer una “lectura” acaba de todos los gestos y movimientos corporales con los que las personas transmiten mayor o menor angustia.
El tratamiento psicológico en los consultorios vuelve justo cuando los habitantes de la capital están sumidos en el hartazgo y con problemas emocionales crecientes.
Desde abril, la Federación de Psicólogos de la República Argentina y la Asociación de Unidades Académicas de Psicología venían advirtiendo de la necesidad de abordajes presenciales con los pacientes que sufren estados más preocupantes, indicó a AP Jorge Biglieri, decano de la Facultad de Psicología de la UBA.
Un estudio del Observatorio de Psicología Social Aplicada de esa facultad basado en una encuesta realizada entre el 29 de junio y el 3 de julio que reunió 2.758 casos, se completó a través de redes sociales y con un error muestral de más o menos 1,8%; destacó que “los indicadores negativos de salud mental…se sitúan en los valores más altos de toda la serie de nuestras mediciones”.
“El 65% de la gente señala “estar algo peor” (40%) o “mucho peor” (25%) que antes de la crisis COVID-19″, indicó el informe.
Agregó que el “agotamiento emocional-cognitivo es profundo” entre los residentes de la capital y localidades de alrededor que viven las medidas de aislamiento, inactividad y caída de ingresos como un “deja vu” frustrante.
Las cinco emociones-cogniciones negativas de mayor intensidad registradas son incertidumbre, preocupación, ansiedad, angustia y tristeza, y prevalece el temor al contagio y la creencia de que la pandemia durará mucho tiempo.
En Argentina hasta ahora se han registrado unos 130.000 infectados y más de 2.400 fallecidos por COVID-19.
Un 82% de los encuestados opinó además que los psicólogos debían abrir sus consultorios. Actualmente, en otros distrito del país donde los contagios están muy acotados, esos profesionales sí pueden atender de forma presencial.
La terapia psicológica -particularmente la psicoterapia que muchos realizan tumbados en un diván – está muy arraigada desde mediados del siglo pasado entre los habitantes de la capital.
Para los porteños, hacer terapia es habitual y recomendable y la practican incluso por breves períodos para resolver problemas concretos.
Según el investigador y psicoterapeuta Modesto Alonso, se estima que en la actualidad en Argentina hay unos 240 psicólogos por cada 100.000 habitantes, lo que lo convertiría en el país con más analistas per cápita del mundo.
A su vez, el Atlas de la Salud Mental de la Organización Mundial de la Salud de 2017 señalaba que en Argentina había 227,57 psicólogos por cada 100.000 habitantes, muy por encima de Finlandia (109,49), Francia (48,70), Estados Unidos (29,86) y Brasil (12,37).
Varias entrevistadas señalaron que, aunque los encuentros terapéuticos virtuales les han permitido sentirse contenidas, la vuelta al “cara a cara” con sus analistas es lo deseable.
La estudiante de medicina Sofia Azar comenzó manteniendo videollamadas en la terraza de su vivienda para aislarse de sus familiares y luego se trasladó a su dormitorio, donde procura hablar a media voz para no ser escuchada.
Ella y otras entrevistadas dijeron sentirse sobrepasadas cuando “la señal (de Wifi) va y viene” y las imágenes de ellas o sus psicólogas “se congelan” en las pantallas o cuando lloran y sus caras muestran un aspecto “horrible”.
Azar, a quien el estado de ansiedad se le agudizó durante la cuarentena, dijo que echa de menos estar con su psicóloga “a puerta cerrada” y los ejercicios de relajación que realizaba en el consultorio.
“Es por el espacio que se crea; cuando vas al consultorio estás vos sola, ahora estoy en mi casa. Por suerte tengo mi habitación…pero no es la misma sensación de privacidad, las paredes no impiden que el sonido pase”, afirmó.
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