La nueva normalidad en México es muy parecida a la vieja normalidad. Basta con poner un pie en las calles de Ciudad de México para ver cómo la capital se ha transformado desde que las autoridades decretaron el paso al semáforo naranja, un sistema cuyo color advierte del riesgo de contagio de la pandemia. El naranja significa un nivel alto. Esto no ha impedido que los restaurantes comiencen a abrir, los cafés a llenarse, que cientos de personas retornen a las calles y los coches recuerden por qué esta era una de las urbes más bulliciosas de América Latina. Pero más que el ocio, la economía es el semáforo, la gente que tiene que trabajar para comer cada día no atiende a colores.
La emergencia económica que vive el país, donde una de cada tres personas del mercado laboral está desempleada, ha sido un factor determinante para que varias entidades vivan un relajamiento en las medidas sanitarias y los rebrotes que ya se están dando obliguen a las autoridades a dar marcha atrás en la aún tímida reapertura. La situación de la pandemia en Latinoamérica, la segunda zona más afectada tras Europa se debe, en buena medida, ha dicho este martes la Organización Panamericana de la Salud, a “una reapertura temprana de sus economías”. “Vivir al día” significa en un país como México, con más de un 40% de la población en pobreza relativa, tener que ganarse los ingresos a diario en la calle. Los gastos básicos van aparejados: en un hogar donde el dinero entra con cuentagotas las visitas al abarrote son más continuas, no se puede hacer compra para un mes, ni para una semana siquiera. Esas salidas de casa para el abastecimiento primario siguen el mismo patrón prácticamente que antes de la pandemia.
La contención que pide el semáforo naranja apenas tiene correlato en el comportamiento de los ciudadanos con menos recursos. Sea color rojo (ocupación hospitalaria mayor a 65%); naranja, (ocupación menor a 65%); amarillo, (menor a 50%) o verde (más de un mes con una ocupación estable menor a 50%), el hambre puede más. Por tanto, los Estados más cautos no son necesariamente los que se encuentran en la posición roja, sino en la naranja. Ninguno ha alcanzado aún el amarillo o verde.
El sistema del semáforo ha sido polémico. Las autoridades sanitarias federales se negaron a actualizar el esquema el 10 de julio con el pretexto de que la información que recibían de los Estados no era “consistente”. El subsecretario Hugo López-Gatell defendió el sistema este martes y dijo que la Administración no lo “ha tirado a la basura”. La alerta, no obstante, no logra contener a las regiones más afectadas por el virus. El Gobierno de Veracruz, un Estado en color rojo con 2.000 fallecidos y 14.000 contagios, ha publicado este miércoles un decreto con sanciones administrativas para reducir la movilidad en 38 de sus 212 municipios. Esto después de que la epidemia se descontrolara y la ocupación hospitalaria creciera un 7% en una semana.
Veracruz tiene a tanta gente en sus calles trabajando como otras entidades en “naranja” (Morelos, Querétaro o Hidalgo) y muchas menos que Yucatán o Quintana Roo, donde es probable que la falta de turistas haya dejado a mucha gente en casa contra su voluntad, o la Ciudad de México, que al concentrar el mayor número de personas con alto poder adquisitivo del país (con ahorros, con posibilidad de trabajar desde casa) sigue siendo la más confinada de todas, independientemente del color del semáforo. Las norteñas Sinaloa y Sonora, las entidades donde los trabajadores más siguen la norma de quedarse en casa, mantienen aún así dos tercios de las salidas por motivos laborales prepandemia: apenas un 33% de permanencias en el hogar. En el otro extremo, los dos Estados “naranjas” con más gente trabajando fuera del hogar (Zacatecas o Michoacán) están al mismo nivel que los dos “rojos” que encabezan la clasificación (Colima y Guanajuato). En ellos, parece que la necesidad puede más que la regla de riesgo.
El posible repunte
Este impulso a salir por motivos principalmente de necesidad tiene y tendrá, probablemente, ciertos efectos sobre el ritmo de la epidemia. Las dos primeras semanas de julio han registrado crecimientos que pueden llegar a ser potencialmente más sustanciales que los anteriores en el agregado de casos positivos y en estudio. A finales de junio, los nuevos casos apenas aumentaban entre un 5% y 6%. El presidente Andrés Manuel López Obrador se ha mostrado estos días comiendo en un famoso restaurante mexicano donde alabó al dueño por haber mantenido los empleos de sus meseros. Si el presidente lo hace, los mexicanos, simpatizantes o no del mandatario, también. Sin importar que el país sume diariamente miles de casos nuevos de coronavirus. Tan solo este martes hubo más de 7.000, para superar los 311.000. Pero la mayoría sale de casa para trabajar o comprar alimentos y medicinas.
Varios de estos casos acabarán en el lado de los negativos, por lo que los crecimientos finales serán menores. Pero no mucho, o al menos no lo suficiente como para que no se confirme el crecimiento que ya se adivina. En México, el porcentaje de casos positivos sobre el total es cada vez mayor. Lo advertía Max C. Roser, investigador de la Universidad de Oxford, en Twitter hace semanas. El fundador de Our World in Data y su equipo compilan diariamente los datos de pruebas diagnósticas realizadas en varios países del mundo. También comprueban el porcentaje de las mismas que acaba por ser positivas. Este no ha dejado de crecer en México.
Estas cifras no indican por sí solas un aumento de los casos de covid, pero unidas al gráfico anterior, que denota un incremento más acelerado de casos sospechosos, apuntan provisionalmente en esa dirección.
En cualquier caso, pagan los mismos
El resultado de esta combinación es que son aquellas personas obligadas a trabajar quienes más se exponen al virus, por la naturaleza de su labor o por la necesidad de ingresos. Se advierte cierto patrón en la localización de las muertes confirmadas por coronavirus de personas en edad laboral, acumuladas en los 16 municipios de Ciudad de México y los municipios del Valle de México. Es el mismo que marca la epidemia en su conjunto, solo que algo más marcado.
El contraste en incidencia de muertes con comorbilidades asociadas es particularmente informativo cuando se comparan alcaldías con colonias de altos ingresos, como Miguel Hidalgo o Cuajimalpa, con zonas populares como Ecatepec, en el Estado de México. Obesidad, hipertensión y diabetes son las más comunes (además de la neumonía, casi siempre provocada por la infección): todas ellas asociadas con la falta de recursos, particularmente en el México urbano. López-Gatell hizo referencia a este riesgo aumentado el 2 de julio, cuando dijo que la epidemia se propagaba también entre una población “con enormes desigualdades económicas y sociales” carente de servicios médicos, agua, buena alimentación, vivienda, empleo, caminos, luz y educación. A pesar de esto, el Gobierno insiste en una lógica de reapertura que pone a los más vulnerables en la mira del contagio.
La pandemia en México tiene todos los ingredientes para seguir el rastro de la desigualdad. Este camino se volverá más nítido a medida que se intente combinar economía y lucha contra el virus. Un informe de la ONU estima que México será el país de América Latina donde más crecerá el porcentaje de personas en pobreza extrema, de 10,6% a 18,2%, nueve millones de personas.
La población expuesta lo advierte, particularmente aquella que trae ingresos a hogares con recursos que están en la media nacional o por debajo de la línea de pobreza. El mensaje de priorizar la recuperación económica por encima de las precauciones para evitar los contagios conecta mejor con un perfil muy determinado: las personas de estratos populares laboralmente activos.
Sin embargo, las diferencias de aquellos que prefieren evitar el contagio no son tan grandes, indicando probablemente el peso de otros factores, principalmente de salud, en la decisión de ese cuarto de la población que anticipa que el coste de cualquier alternativa recaerá principalmente sobre sus hombros. Nada preocupa más a las mentes y bolsillos de los mexicanos que los gastos necesarios para atender una enfermedad.
El Gobierno de México vive una paradoja. Necesita con urgencia reactivar la economía para evitar una crisis de largo aliento. Para intentar agilizar la recuperación los trabajadores deben salir para frenar una de las peores caídas de la producción a nivel mundial. En las calles, sin embargo, los aguarda aún el virus en una epidemia que no se apaga. Y un contagio desbordado podría provocar una crisis aún mayor que el propio confinamiento. La economía busca una brújula perdida en un confuso cruce de semáforos sanitarios. Y la población más vulnerable queda atrapada en medio de ese caos.
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