WASHINGTON.
¿Y si el “enemigo invisible” fuese un enemigo interno: Las propias instituciones de Estados Unidos?
Cuando la pandemia de coronavirus llegó de tierras distantes a Estados Unidos, fue recibida con una cascada de fallas e incompetencias de un sistema que debería prepararse, proteger, prevenir y enviar a la ciudadanía un cheque en caso de una crisis nacional.
La amenaza molecular que plantea el nuevo coronavirus puso en duda el vanidoso concepto del “excepcionalismo estadounidense”.
Una nación con un poder sin igual, ambiciosa y que siempre aspiró a ser la “ciudad brillante en la cima de la colina” no puede ofrecer suficientes hisopos a pesar de que su presidente declara un virtual estado de guerra e invoca poderes especiales para asegurar el suministro de insumos vitales.
La crisis transformó a los médicos de Nueva York en mendigos con las manos estiradas pidiendo ponchos porque no consiguen delantales apropiados para estos casos. “¡Ponchos para la lluvia!”, dice el empresario Marc Andreessen. “¡En el 2020! ¡En Estados Unidos!”.
Un ejecutivo de un hospital de Massachusetts consiguió tapabocas a través del amigo de un amigo en un depósito a más de cinco horas de auto. Los recogió en dos grandes camiones que se hicieron pasar por transportes de alimentos, sorteando los controles del Departamento de Seguridad Nacional y tomando distintas rutas, por si uno de ellos era interceptado.
“¿Pensé alguna vez, en mi condición de líder de un sistema de salud que trabaja en un país rico, altamente desarrollado, con lo mejor de la ciencia y la tecnología y un talento increíble, que mi organización enfrentaría este tipo de circunstancias?´”, preguntó el doctor Andrew W. Artenstein, de Baystate Health, que ayudó a conseguir los tapabocas. “Por supuesto que no”.
Pero “da la impresión de que no viene la caballería”.
En una época de gran necesidad, el país con el sistema de salud más caro del mundo no quiere que lo uses si estás enfermo pero no lo suficiente, o no con la debida enfermedad.
El sistema de salud privado/público consume el 17% de la economía, un porcentaje sin paralelos en el mundo. Pero quiere que uno se quede en su casa con el COVID-19 a menos que sea parte del reducido grupo de personas que corren peligro de morir sofocadas o por complicaciones. Quiere que te cures como puedas, sin que te toque un médico, y que postergues una operación si puede esperar.
Estados Unidos tiene joyas médicas que son la envidia del mundo, como los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades y los Institutos Nacionales de Salud.
Pero, ¿cuáles son los resultados?
Si quiere pruebas de diagnóstico efectivas, vitales cuando hay un brote infeccioso, búsquelas en el exterior. En los Emiratos Árabes Unidos, Alemania o Nueva Zelanda, que se apresuró a realizar pruebas masivas antes de que muchos se enterasen de que estaban enfermos.
O búsquelas en el excepcionialismo sudcoreano, al que recurrió el gobernador republicano de Maryland Larry Hogan, quien aceptó un avión con 500.000 pruebas proveniente de Seúl para compensar el déficit en Estados Unidos. La ayuda fue llamada “Operación de Amistad Duradera” y molestó a Trump, el presidente con el lema “Estados Unidos primero”.
Guantes sencillos. Respiradores complejos. Laboratorios especiales. Exámenes. Hisopos. Barbijos. Delantales. Protectores para el rostro. Camas de hospitales. Pagos de emergencia del gobierno. Beneficios para quienes se quedaron sin trabajo. Ayuda a la pequeña empresa. Todos estos sectores han sido afectados por una escasez crónica, una burocracia anquilosada o una combinación de ambos.
“Estas fallas monumentales a nivel institucional se harán sentir el resto de la década”, dijo Andreessen, investigador del campo de la tecnología, más conocido como creador de Netscape en la década de 1990, en un folleto de su empresa.
Artenstein, de Baystate Health, dijo que su organización no recibió beneficio alguno de las Reservas Estratégicas del país.
Él y su equipo estaban a pocos días de quedarse sin barbijos cuando descubrieron la partida a cinco horas. Los dos camiones partieron hacia el sur haciéndose pasar por camiones de comestibles. Artenstein decidió que era mejor que él fuese en su propio vehículo. “Pensé que la presencia de un ejecutivo podría ayudar”, declaró a la Associated Press, ampliando el relato que hizo a The New England Journal of Medicine.
En el depósito corroboraron la calidad de los barbijos y tuvieron que responder a dos agentes del FBI que querían asegurarse de que los tapabocas no irían al mercado negro. La gente de Seguridad Nacional los retuvo algunas horas, pero los camiones regresaron esa misma noche a Springfield.
Se resolvió así el tema de la escasez de barbijos. Pero cuando Artenstein habló con la AP, Baystate Heath tenía delantales solo para dos días más.
A pesar de todo, Trump usa sus informes diarios en la Casa Blanca para pintar una respuesta exitosa a la crisis y hablar de las encuestas de popularidad, los rátings televisivos, sus teorías científicas favoritas y los elogios que recibe de los gobernadores estatales, que corren peligro de que Washington les niegue ayuda si no dicen algo bueno del presidente.
“Un montón de gente adora a Trump, ¿verdad?”, se preguntó a sí mismo en la sesión del lunes.
El gobernador de Connecticut Ned Lamont, un demócrata, encontró algo bueno que decir sobre el gobierno esta semana: Está relajando algunas regulaciones. “Ahora dicen que podemos conseguir nuestros propios hisopos”, expresó. “Lo bueno de esto es que el gobierno federal se hace a un lado”.
Una nueva forma de ver el excepcionalismo estadounidense: Un gobierno que responde a una crisis nacional haciéndose a un lado.
La caballería no viene.
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